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María Luisa Medero: ”El temple en una Era de Fragilidad”

10 de septiembre de 2024

Según el estoicismo el “temple” es la capacidad de mantener la calma, la estabilidad emocional y el control de uno mismo frente a situaciones difíciles o adversas. Es la fortaleza interna que permite a una persona enfrentar problemas, desafíos o emociones intensas sin dejarse llevar por ellos.

Para un estoico, el temple es la habilidad de responder con serenidad y racionalidad, en lugar de reaccionar impulsivamente, manteniendo siempre la tranquilidad y la claridad mental.

En un mundo donde cualquier contratiempo parece motivo de alarma, ¿qué pasó con la capacidad de resistir y seguir adelante? Es como si, en lugar de enfrentar la adversidad con valor, nos viéramos forzados a rodearla de plástico de burbujas.

¿Hemos olvidado cómo lidiar con los desafíos de la vida? No se trata de una crítica a las nuevas generaciones ni de un llamado a endurecer el corazón, sino de algo más profundo: ¿cómo podemos recuperar nuestra resiliencia sin perder el sentido de la empatía?

Imagina a un alpinista enfrentando una montaña no porque sea fácil, sino porque sabe que la vista desde la cima justifica el esfuerzo. En la sociedad actual, sin embargo, pareciera que nos da miedo siquiera mirar la montaña. Y cuando lo hacemos, en lugar de prepararnos para el ascenso, buscamos desviar la ruta.

La comodidad se ha convertido en la norma, y cualquier forma de incomodidad se ve como una señal de que algo va mal. ¿Pero y si la incomodidad no fuera más que un maestro disfrazado, esperando darnos una lección valiosa?

Aquí va la pregunta clave: ¿qué nos hizo pensar que la vida debía ser un camino sin baches? La adversidad, lejos de ser algo que debamos evitar, puede ser una oportunidad para fortalecer nuestro carácter. Sin embargo, vivimos en tiempos donde la mínima fricción puede ser suficiente para detenernos en seco, para cambiar nuestra actitud, para forjar corazas y puentes largos que solo nos alejan de la verdadera solución. Nos solemos decir: “es que es su culpa” y nos autoengañamos con esa mentirilla blanca que tanto nos gusta escuchar: “yo estoy bien, el otro está mal” y así, sin darnos cuenta, aplazamos los momentos que realmente podrían hacernos aprender y crecer.

Es curioso cómo, mientras en el pasado nuestras abuelas se enfrentaban a la vida con lo que parecían dosis infinitas de fortaleza, hoy pareciera que cualquier inconveniente —por pequeño que sea— es suficiente para desmoronarnos.

Pero, tampoco se trata de glorificar ni de romantizar el sufrimiento, sino de entender que la adversidad y la aceptación de nuestra responsabilidad, siempre ha sido y será parte de la experiencia humana. ¿Y si en lugar de huirle, la enfrentamos de frente con el temple necesario?

Según Fred Kofman—fundador y presidente del Conscious Business Center—es relativamente cómodo que prefiramos adoptar una postura de “víctima” frente a ciertas circunstancias que nos incomodan, creyendo que no tenemos el control sobre lo que nos sucede, ni de nuestra reacción a ello.

Esta mentalidad lleva a la pasividad y muy lejos de reconocer nuestro poder para influir en los resultados de nuestra vida. Ser un protagonista, implica aceptar que, aunque no podemos controlar todo lo que sucede, siempre podemos elegir cómo responder.

Quizá la respuesta no esté en ser inmunes a las dificultades, sino en aprender a navegar a través de carreteras pedrosas de la vida, con mayor sabiduría cada vez. Pero esto no sería posible sin su ingrediente principal: la humildad, acompañada de la continua reflexión de nuestra experiencia (y la de los demás) y la aplicación práctica de todo lo aprendido.

Recordemos que una persona poderosa no es alguien que siempre tiene la razón, sino alguien que está dispuesto a escuchar, aprender de los demás y de sí mismo, y con ello crecer.

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